miércoles, 7 de julio de 2010

Manías

Primero vienen las disculpas, porque entre los exámenes, y que cuando empieza el verano le cojo alergia a entar en casa, se me ha ido de las manos esto del blog. O a lo mejor simplemente no tenía nada que decir.
En general, no me molestan demasiadas cosas, se podría reducir a los tomates, el calzado de color blanco, y la música de los 40 principales que pone mi madre por las mañanas. Confieso que volver a casa ha sido un poco duro, porque nos hemos desacostumbrado los unos a los otros, pero no se puede decir que me moleste.
No me siento especialmente ofendida si me mienten, y los enfados me duran diez minutos. Y no es fácil enfadarme.
Sin embargo, hay algo que puede conmigo, la doble moral. Ni siquiera la hipocresía que, de alguna forma (no sé cuál), es un poco necesaria, me refiero a la doble moral pura y dura, la de los que se escandalizan porque se liberalice el aborto y se olvidan de que, no hace tanto, pasaron un fin de semana en Londres, pero no vieron el Big Ben. Por poner un ejemplo. Pero de eso hablaré otro día.
Ahora hablo de quien habla de caridad cristiana y es capaz de comportarse de la forma más cruel imaginable con los que se supone que quiere. Feroz, implacable, como los documentales de la 2, como los de Intereconomía.
Eso me molesta. Que no admitan réplica.
Los que se golpean el pecho hablando de lealtad y aprovechan la mínima oportunidad para hundir a sus amigos, para cubrir las propias inseguridades. La gente cuya única manera de conseguir una efímera inyección de autoestima sea humillando a quien los quiere. Porque encima somos tan gilipollas que los queremos.
Los Calamardos del mundo.
Que existan, me molesta, pero tenerlos cerca, me pone triste.