sábado, 7 de agosto de 2010

19

En los cuadernillos de ejercicios que utilizo para dar inglés, hay unas hojillas de autoevaluación cada tres unidades.
No sabía que los diecinueve me iban a colocar exactamente ahí, en el "check what you know", u "overview", o lo que sea. Qué marrón. Y encima sentada todo el día en el puto sofá con el pie en alto. No sé qué puede salir de aquí, a parte de aprenderme de memoria los diálogos de The Big Bang Theory. Todavía no hay conclusiones claras, y sospcho que no las habrá. Cuando se me cure el pie saldré por ahí y se me habrá olvidado. Hasta la próxima neura.
Sin embargo, dos grandes mantras me dan vueltas en la cabeza: "has perdido el tiempo como una gilipollas" y "¿por qué te enamoras siempre de bordes/drogadictos/narcisistas/emocionalmente inaccesibles/gente que vive a miles de kilómetros/comprometidos en una relación/jodidos para siempre por una relación anterior/gente que no te conviene en general? ¿Es que eres subnormal?"
Así estamos. He vuelto a escuchar a Damien Rice. Mala cosa.
Por lo menos en otros campos la cosa está bastante bien.
Este año he descubierto que cumplir los sueños frustrados de mi madre NO era el camino (y dejé una plaza libre en enfermería a mitad de cuatrimestre para alguien que de verdad la quisiera). Mentiría si dijera que no se me escapa una sonrisa de orgullo mientras lo escribo.
También he descubierto que no soy tan guay ni tan especial, pero tampoco tan débil.
Y qu debería sonreír más a menudo.
Y que mis amigos sn los mejores del mundo.
Y que da igual lo feliz que seas, lo guapa que estés y lo que hayas aprendido, si no tienes novio no eres una persona válida en la sociedad (ayer estuve de boda, conseguí salir de allí sin vomitar).
Algo es algo. Lo demás lo iremos solucionando.
Puede que me haya enamorado ligeramente del nuevo médico cabrón de mi pueblo. Voy a acabar fatal.

miércoles, 7 de julio de 2010

Manías

Primero vienen las disculpas, porque entre los exámenes, y que cuando empieza el verano le cojo alergia a entar en casa, se me ha ido de las manos esto del blog. O a lo mejor simplemente no tenía nada que decir.
En general, no me molestan demasiadas cosas, se podría reducir a los tomates, el calzado de color blanco, y la música de los 40 principales que pone mi madre por las mañanas. Confieso que volver a casa ha sido un poco duro, porque nos hemos desacostumbrado los unos a los otros, pero no se puede decir que me moleste.
No me siento especialmente ofendida si me mienten, y los enfados me duran diez minutos. Y no es fácil enfadarme.
Sin embargo, hay algo que puede conmigo, la doble moral. Ni siquiera la hipocresía que, de alguna forma (no sé cuál), es un poco necesaria, me refiero a la doble moral pura y dura, la de los que se escandalizan porque se liberalice el aborto y se olvidan de que, no hace tanto, pasaron un fin de semana en Londres, pero no vieron el Big Ben. Por poner un ejemplo. Pero de eso hablaré otro día.
Ahora hablo de quien habla de caridad cristiana y es capaz de comportarse de la forma más cruel imaginable con los que se supone que quiere. Feroz, implacable, como los documentales de la 2, como los de Intereconomía.
Eso me molesta. Que no admitan réplica.
Los que se golpean el pecho hablando de lealtad y aprovechan la mínima oportunidad para hundir a sus amigos, para cubrir las propias inseguridades. La gente cuya única manera de conseguir una efímera inyección de autoestima sea humillando a quien los quiere. Porque encima somos tan gilipollas que los queremos.
Los Calamardos del mundo.
Que existan, me molesta, pero tenerlos cerca, me pone triste.

viernes, 9 de abril de 2010

Genes

Observo a mis genes conversando
genes de soberbia y sobrepeso
genes de ojos verdes y cansados
de miradas vacías e inhertes besos.

Estúpidos alelos que se esconden
de mí, del amor, del tiempo
genes que huelen a reproche
genes alienados, muertos.

martes, 16 de marzo de 2010

Lugares comunes.

Como cada viernes (siempre qque no haya nada mejor que hacer) salgo del tren, paseo por la ¿ciudad? que me vio nacer y llego allí. Entro. Hace años que la puerta necesita un engrasado.
Me compro alguna guarrería en la pastelería, y voy al baño. Al salir, una musiquilla me sobresalta. Desde uno de esos coches fantásticos de miniatura donde nos dio por subir a los niños de los 90 suena a todo volumen la banda sonora de aquella serie. Lleva allí desde antes de que pueda recordarlo. Nunca he visto a un niño montar, pero nadie lo retira.
Bajo las escaleras, me encuentro a un conocido. Dónde estás, qué haces, me dijeron que te cambiaste. Mientras hablamos, un hombre se cae redondo delante de nosotros. Lleva un melocotonazo que no se tiene en pie. Vienen varios hombres, lo levantan, lo sientan en un banco. El señor se vuelve a levantar, y hace varias veces amago de vomitar mientras Adrián y yo hablamos de becas Erasmus. Un grupo de chonis con chándal rosa y botas blancas (Dios, cómo odio el calzado blanco) se ríen del pobre hombre. Mi antiguo compañero de clase comenta que habría que verlas a ellas un sábado por la noche en la discoteca de su pueblo. La noche siguiente encuentro a una de ellas arrastrándose detrás de un chico al que yo rechacé cuando era una cría y no puedo evitar sonreír con condescendencia. Qué petarda puedo llegar a ser a veces.
Una señora mayor se nos acerca. Nos conoce, nosotros a ella no, pero se lleva bien con nuestras abuelas. Ya está ahi el nuestro, dice. Otra semana más. Me sigue dando escalofríos. Apuesto a que echaré de menos todo esto cuando lo cambie de lugar.
La Estación de Autobuses de Ávila, probablemente uno de los lugares más deprimentes del mundo. También uno de los más mágicos. Podría llamar a mis padres, a mi tío, incluso a él, pero siempre prefiero ir en autobus.

domingo, 31 de enero de 2010

Finales abiertos

No me gustan, nunca me han gustado. Seré una antigua, pero siempre me ha ido el "y fueron felices y comieron perdices". O no, pero por lo menos un adiós, que te vaya bien, ahí te pudras.
Se fue por la puerta de atrás, sin hacer ruido, tampoco es que pudiera hacer otra cosa. Pero se merecía algo más. Siempre ha merecido algo más de lo que en realidad ha conseguido.
Se enamoró de una mujer que estaba demasiado enamorada de sí misma y del mundo. No se creía digno de ella, todavía hoy se pregunta qué pudo ver en él. Un buen día ella desapareció y le dejó sin saber cómo continuar con su vida.
Se fue y no pude decirle lo que significó para mí, agradecerle que echara abajo mi coraza, decirle lo extraordinario que es.
Hoy le he visto desde el coche, su mochila amarilla, el anillo en el dedo meñique de su mano derecha y su puta sonrisa perfecta.
Me hubiera gustado cerrar la historia.
No pudo ser.
Nunca sabré cómo hubiera acabado.
Ahora no puedo escuchar a Counting Crows sin que se cuele en mi cabeza.